sábado, 19 de junio de 2010

Cuento

Ella sólo despertó ahí. Abrió los ojos y ahí estaba. En un mundo blanco; casi como un lienzo.

A lo lejos, una puerta de madera, con algunas enredaderas, parecía estar llamándola anciosamente.
Como si supiera que lo que detrás se escondía, sería lo mejor que alguna vez le haya pasado a esa joven.


No había mucho que hacer ahí y empezaba a sentir un poco de frío, así que, a paso apresurado, se dirigió hasta esa puerta






Lo que allí se ocultaba, eran sus sueños. Sus fantasías, creaciones, ideas, ideales, felicidades y todo aquello que ella ideara. Era su mundo. Y nada ni nadie podría violarlo. Nadie podría entrar y modificarlo ni manipularlo.


Era su mundo, y sólo suyo.
Su felicidad no tenía límites. Se vio avasallada por la cantidad de alegría que presenciaba. Era como si conociera de memoria ese lugar y a la vez estuviera perdida. La naturaleza colmaba cada esquina de su visión.


Flores, animales, lianas, árboles gigantes, frutas inexistentes y música del rincón más recóndito de su cabeza, adornaban el lugar. Mientras ella, a paso lento y tanteante, observaba todo. Todo lo que alguna vez soñó e imaginó, estaba ahí. Ella conocía todo. Y todo la conocía a ella.



La frondosa selva, se transformó en un bosque. La nieve crujía bajo sus pies y todo tenía un clor azulado grisáceo. No tenía frío, pero sentía la nieve, el viento y el rumor de las copas de los árboles. Veía inscripciones en árboles y rocas; místicas quizás. Un lobo llegó junto con una ráfaga de viento, y la acompañó en su caminata. Ella lo recordaba. Era ese lobo macho sin nombre que imaginó aquella vez mientras caminaba entre los árboles de un parque.



Todo lo bello, todo lo alegre y divertido, se ocultaba tras esos misteriosos árboles. Hamacas sobre el agua; peces de todos los colores, que jugaban a atraparla; nubes de los colores que ella decidiera y a las que podía subirse y ver todo desde allí; un castillo nebuloso de día y que no daba miedo de noche; juglares, cuentacuentos, victoriosos guerreros llenos de historias, criaturas de cuentos, animales y humanos en paz. Nadie gritaba, sólo de la risa. Nadie se aburría porque todos hacían lo que querían. Y nadie era malo, por eso nunca pasaban cosas malas. La música y el olor a dulces la abrazaba. Los bares repletos de borrachos la hacían reir, porque de esa calaña no se salvaba ni su imaginación.




Ya se hacía de noche; se despidió de todos, y todos la saludaron. Su habitación, era muy grande; a cada segundo, ella la imaginaba de diferentes gamas, y esas gamas aparecían ahí; habían estrellas merodeando. También nubes y retazos de seda. Estos también cambiaban de color. Su cama tenía mástiles con cortinas; había muñecos y peluches que ella siempre quiso tener. Esos que jamás alcanzó el dinero para comprar. Había flores; pinturas; juegos, y lo más importánte: un ventanal gigante, que le dejaba ver toda su creación y más allá, incluso, todo el cielo. Se acurrucó entre las sábanas de razo y las cuatro almohadas y dejó que el sueño la tomara por completo.




Por primera vez, se sintió amada, contenida y sin tiempo ni espacio.
















Ellie van Schenk
(1832-1847)

Causa de muerte: coma por pulmonía fulminante.