miércoles, 27 de febrero de 2013


El otro día me di vuelta y lo vi. De nuevo.

No entiendo qué quiere, se lo pregunté varias veces. Me sigue para todos lados.
Cuando está sentado, se acomoda en su lugar con esas finas y cónicas patas estiradas y me mira atentamente.

No se si llamarme afortunada o no, pero siento que nunca va a abandonarme. Algo así como un guardián.
Un amigo incondicional.

El Perro Oscuro.
Noté algo muy curioso. El Perro Oscuro se presentó en todo su esplendor cuando me di cuenta de que no soy una persona del todo buena. Descubrí un día mi neutralidad con el mundo. Descubrí en carne propia los sentimientos adultos que sofocan a los que me rodean. Pude sentir cómo el filo desdeñoso del desamor me rebanaba la garganta.
Y ahí, en medio de esa oscuridad, surgió una figura alargada, desgarbada pero orgullosa. Asomando su cabeza como un niño recién nacido asoma la cabeza entre los órganos de una madre agonizante.

No lo vi, pero lo sentí. Y sentí, que nunca se iría y lloré.

Porque sabía que eso que había evitado durante tanto tiempo, por fin había llegado.

Me sentía pura, intocable. Hasta que ya no lo fui. Y descubrí lo embelesadoras y embrigantes que eran esas sensaciones negativas.

Sentirme un monstruo y hacer sufrir me daba vigor. Antes de cada ataque, un shock de adrenalina corría por mi cuerpo y sabía que ya no era yo.

jueves, 26 de julio de 2012

Gina

Te esperé tanto...- Dijo Vincenzo, cuando agarró a la tierna criatura que acababa de abandonar la tranquilidad del vientre materno; los gritos de las madres en trabajo de parto, los llantos de los niños recién nacidos, e incluso el mismo sonido de los familiares felicitándolo desde afuera, no perturbaron esa burbuja en la que se encontraba ahora el orgulloso padre, que sostenía con miedo y forzada delicadeza, a su recién llegada hija.
-...mi Princesa.-
Las últimas palabras, hicieron que la beba abra sus ojos.
Para él, era una imágen surreal: todo alrededor suyo era inquietud, gritos, idas y venidas, pero de repente bajaba la mirada, y en sus manos, como si fuera la respuesta a todo lo que alguna vez había deseado, estaba su única hija mujer, mirándolo como si nada más existiera a su alrededor y sintió cómo su peso se perdía en el espacio. Su princesa ahora realmente existía y no era más que pureza y quietud lo que le regalaba.

Vincenzo ese día, fue el orgulloso padre de cinco hijos y una princesa.

Diego, Dante, Eloy, Yann y Olivier, miraban desde el otro lado del vidrio cómo su padre se deshacía en lágrimas y cómo su madre, Adrienne, se impacientaba cada vez más por tener a su hija en brazos.
Obviamente, ella sabía que el sueño de su marido era tener una hija, pero no era justo que primero se la dieran al padre y después a ella...

Diego, el mayor de doce años, le dijo a Dante - De repente me siento como una Beta de lo que siempre quisieron...-


La princesa fue recibida con alegría. Innumerables regalos recibió, a pesar de nacer en una familia en la que lo que sobraba era el dinero.

Fue tapa de revistas y diarios, aunque sus padres se tomaron el trabajo de mantener a los paparazzis alejados de su vida todo lo que les fuera posible.

Y así, la paz retornó canónicamente. De Gina, nada más se vio ni se supo en revistas, ni diarios.


Adrienne dedicaba mucho de su tiempo a la bebé, y un lazo entre una madre y un hijo no se puede explicar. Hay cosas que sólo una madre puede notar.
Y ciertamente, había algo raro con la bebé.

Jamás miraba a los ojos. A nadie. Perdía la mirada constantemente a su alrededor y a veces los giraba en círculos incontables veces como si estuviera teniendo algún problema en los oídos.

Podría ser un problema menor, por eso le hicieron controles y todos los especialistas dijeron que con el tiempo eso pasaría, que es común en muchos bebés, pero si continuaba al año o dos, debían volver a consultar.

Nadie encontró nada inusual, pero ciertamente el problema estaba ahí. Y no flaqueó.

A los tres surgió otra contrariedad. Parecía estar totalmente en su mundo y no sabía ninguna palabra.
Su madre estaba desesperada y temía que su hija tuviera algún problema cerebral.

El doctor finalmente les comunicó que su hija era autista y necesitaba ayuda lo antes posible para revertir lo más posible su condición. Les entregó un papel, con una dirección a donde podían ir a consultar por una niñera con especialidad en niños autistas.

Estas mujeres suelen estar gran parte de la semana ocupándose del niño y proporcionándole ejercicios mentales, físicos y emocionales que ayudan a su pronta mejora.

Adrienne se sintió horrible. Creía que todo eso era su culpa.
Creía que había hecho todo mal, a pesar de haber criado anteriormente a cinco hijos, que eran un ejemplo de educación y buena voluntad.

Vincenzo estaba desconsolado. De repente, ese mundo que había creado con su princesa, empezaba a oxidarse.


Gina estuvo con su niñera dos años.

Dos años en los que la niñera anotaba mejoras mínimas e insignificantes para los padres, que prentendían que al mes de tratamiento, ya los reconozca.

Lo que las anotaciones decían, era que Gina poseía un comportamiento transgresor y violento con sus padres: gritaba, corría, se escondía por horas, escupía, golpeaba y rompía cosas a propósito.
Ninguno de los dos alguna vez le levantó la mano, porque estaban totalmente en contra de ese tipo de crianza, pero los gritos y reprimendas estaban a la orden del día. Al menos las pocas horas que la veían y los domingos durante todo el día.

Con sus hermanos era una persona totalmente diferente. La integraban en los juegos, a pesar de que ella siempre terminaba jugando a algo diferente en su cabeza.
Dante, Yann y Eloy (los menores) la habían aceptado particularmente más que los dos mayores, que casi ya no estaban en la casa.

Con respecto a las actividades del tratamiento, las realizaba rápida y prácticamente sin detenerse demasiado.
Pero, no pronunciaba palabra aún.
Todo lo que estaba fuera de su alcance era una oportunidad perfecta para obligarla a pronunciar la palabra y así recompenzarla por su nuevo logro.

El niño autista común, gritaría o buscaría a otro para que le alcance lo que quiere, o simplemente intentaría pronunciar la palabra.

Pero Gina señalaba, la niñera daba la negativa, y tras unos segundos, la niña se ponía de pie y buscaba cómo llegar al elemento sin ayuda.

Según la niñera, era mucho más inteligente de que lo parecía y las evaluaciones que le había presentado, eran trámites para la niña, o intromisiones entre juego y juego, que se las sacaba de encima lo antes posible.


Cierto día, mientras revisaba los resultados de un ejercicio, escuchó que Gina hablaba.

O mejor dicho, balbuceaba.

Se puso de pie y sigilosamente buscó a la niña.

Pero casi se muere de un infarto cuando vio que Gina extendía su mano hacia un tomacorriente, descalza y empapada.

Corrió y la alejó con una agilidad de la que no parecía dueña y la retó por primera vez en dos años.

Le gritó como pensó que no era capaz y Gina, sin mirarla, lloró sin hacer ni un solo ruido. Ni quejido.

La cara se le arrugaba de tristeza y vergüenza mientras las lágrimas caían en gotas largas e ininterrumpidas.
Había decepcionado a su mejor amiga y ahora ella se iba a ir. Como papá y mamá.

Las luces parpadearon. Tres lámparas reventaron. Los gritos de los niños arriba empezaron a sonar junto con los pasos rápidos sobre la alfombra de la escalera.

La niñera la miró perpleja y no supo qué hacer. Jamás la había visto llorar y lo único que hizo fue abrazarla.

La contuvo contra su pecho, mientras le acariciaba la cabeza. Las mesas saltaban a la vez.

La casa resonó como si un ejército de soldados estubiera marchando.

-Tranquilizate, no me voy a ir. No estoy enojada.- dijo la niñera con voz dulce.- Yo siempre voy a estar en casa.-

La marcha se detuvo. Las luces se apaciguaron.

-¡Miren!- Gritó Yann señalándo un jarrón, que se suspendía en el aire como si no hubiera gravedad.

Pero el jarrón, fue el primero de todos los adornos que empezaron a levitar. Las cortinas, los cuadros, las mesas, las alfombras y todo a la vista estaba flotando, como si le hubieran quitado a Gina un gran peso de encima.

La niñera miró a su alrededor, sin soltar a la niña y con tranquilidad, le preguntó si esto lo estaba haciéndo ella.


Gina la miró.


La dejó en el piso, con su hermano mayor al lado y corrió al teléfono.
Eufórica, le contó a Adrienne lo que había pasado y ella, a su marido.

En menos de media hora, estuvieron en su casa, entraron corriendo y lo que encontraron, fue exactamente lo que la niñera había descripto.

Todo flotaba, incluídos los cince hermanos mayores, que reían y jugaban a los super héroes, mientras la niñera alentaba a Gina.

Adrienne preguntó a los gritos qué estaba pasando y la fiesta terminó.

Las cosas volvieron a su lugar y los chicos calleron desplomados al piso.

La niñera corrió a socorrer a Adrienne, que parecía estar a punto de tener una crisis nerviosa y ella se lo agradeció.

Vincenzo caminó derecho hacia Gina, como si lo demás a su alrededor no existiera.

De nuevo, sintió eso que había sentido en la sala de partos. Pero esta vez, Gina no le transmitía pureza y quietud.

Lo que sentía era odio y vergüenza.

Vergüenza por esconder a una hija fallada, autista, con problemas de la vista y del habla.
Vergüenza porque la princesa que siempre quiso, jamás existió. El mundo que había creado, se desplomó por completo, y a pesar de que la niña era dueña de una belleza rauda y única, era sólo un espejismo de lo que alguna vez soñó.

Eso que tenía enfrente era el demonio. Una vil treta del destino. Algo que había sido puesto en su camino para traele penurias, horas de sollozos inconsolables, golpes a las paredes, sudor y lágrimas.

Era una burla. Imaginaba a los demonios riéndose de uno de los hombres más poderosos sobre la tierra, mientras veía cómo debajo de ese envoltorio angelical, surgía una masa amorfa de dolor, que jamás podría ser moldeada. Que jamás podría hablarle. Que ni siquiera podría mirarlo a los ojos y decirle "papá".

Jamás lo reconocería.

La abrazó, y lloró contra el pecho de la niña, mientras ella miraba a su alrededor sin comprender.

Todos enmudecieron.

El mundo enmudeció. Y los demonios reían a carcajadas en la cabeza de Vincenzo.


Todo el dinero gastado en cubrir la vergüenza de una niña con discapacidad mental. Para el mundo, ella había dejado de existir hacía cinco años.

Y al recordarlo, Vincenzo abrió los ojos.

La luz que tenía desapareció.

Se puso de pie, muy tranquilo, como si jamás hubiera derramado una lágrima.

-Estás despedida- Sonó su voz en tono gutural,dándole la espalda a la niñera - Agradecemos de todo corazón tus servicios y no dudaremos en recomendarte. Tu paga te llegará en mano a fin de mes como si lo hubieras trabajado entero. Adiós.


Ordenó a sus hijos ir arriba y llevar a Gina con ellos. Que jueguen.

La niñera abrazó desconsolada a Adrienne, que no podía creer que jamás volvería a verla. Ambas lloraron y se dieron aliento.

La niñera empacó y se fue sin hacer ninguna pregunta.



Esa noche hubo tormenta. Gina amaba las tormentas, por eso, decidieron accionar cuando ella ya estuviera dormida.

A las dos y media de la madrugada, dos hombres con las caras cubiertas entraron a la habitación de la niña, que se había dormido apoyada en la ventana.

Se tomaron su tiempo y la llevaron afuera, donde un auto negro esperaba, junto con un conductor identico a los dos que fueron a buscarla.

Gina se despertó a mitad del camino, y se quedó dura como piedra.

El viaje fue largo y zigzagueante. Casi premeditadamente.


Al rato, el auto se detuvo. Uno de los hombres salió, levantó a la niña de una manera muy profesional, como todo un padre, y tomó un paquete que había estado viajando junto a Gina.

Rápida pero no por eso brúscamente, dejó a la niña parada bajo la tormenta, junto con el paquete en el suelo.

La puerta del auto sonó. Las ruedas chillaron y el auto desapareció entre la lluvia y la niebla.


Y Gina quedó sola. Alumbrada por luces frías bajo la tormenta.

Con la mirada perdida y totalmente paralizada. Porque mamá dijo que cuando se perdiera, tenía que quedarse en un mismo lugar, porque así ella podría encontrarla.

Pero mamá no apareció.

Tampoco apareció la niñera.

Esto no era el parque. Y ese alambre de púas no era un juego.

La pequeña figura de la niña, casi espectral mientras estaba envuelta en su blanco camisón, entre la niebla, el frío y los baldazos de lluvia que la azotaban, parecía inmutable.

La desesperación en sus ojos y sus labios tamblorosos, contagiaron a todo su cuerpo.

Empezó a temblar frenéticamente, pero no dio ni un paso.

Se asustó y e incluso dio un pequeño salto cuando escuchó que la reja se abría.

Dos ojos luminosos en la oscuridad se prendieron y ella cerró los puños.

-¡No, para! ¡Hay una niña en la salida!- Una voz masculina gritó y se bajó del capiloto de la ambulancia.

Un hombre gordo y de blanco corrió lo que sus piernas le permitieron, para llegar a la temblorosa niña, y sin dudarlo, la alzó, tomó el paquete y la entró donde estuviera a salvo de la lluvia.


Gina estaba en un hospital mental, asistida por las enfermeras que no pudieron resistir a su instinto maternal.


A las seis y media de la mañana, la niña dormía en brazos de una enfermera, mientras las otras comentaban por qué alguien abandonaría a un niño, pero se vieron interrumpidas por el enfermero gordo de antes.

-Se llama Gina. Es autista, huérfana, no sabe hablar y tiene problemas de vista. El monstruo que la dejó en la puerta no merece ser llamado padre.


Gina, se hizo la dormida.


domingo, 4 de marzo de 2012

¿Alguna vez te despertaste de un sueño reparador y dijiste: "¡Me siento como nuevo!" o almenos lo pensaste o lo sentiste?

Si es así, dejame que te explique mejor.

De chica me encontraba muchas veces en esa situación, fue entonces cuando pensé "¿Y si... en realidad sí soy nueva?"

Una nueva yo. Sustituída mientras soñaba. Por una nueva yo; más grande (aunque poco) y totalmente renovada.

Pasé horas y horas de ese día, sentada en el patio sin hacer ruido.

Pensando. Tratando de darme cuenta qué pasaba.

Cuando por fin pude figurarme, más o menos, lo que estaba pasando.

Me di cuenta de que la conclusión a la que había llegado, era como menos, aterradora.

Esa noche, cuando mis padres estaban ya dormidos hace horas y mi hermano después, decidí poner a prueba mi plan.

Cerré los ojos y me puse a escuchar.

Tardaron, pero yo sabía que vendrían.


A una hora que mi infancia sólo pudo identificar como "muy tarde" oí pasos.

Acelerados y livianos.

En mi terror, me congelé.

Y, para mi suerte, o desgracia, los pasos se acercaban a mi habitación.

Mi hermano, durmiendo al lado, desprendía de sus pulmoncitos un ronquido bebé, que se alejó junto con los pasos.

Mi terror era sobrehumano pero no podía abrir los ojos. No podía hacer que se den cuenta.

Igual de rápidamente, me di cuenta que también se estaban llevando a mis padres en la otra habitación.

De repente, silencio.


Pensé que era huérfana y que estaría sola de por vida.

Una lágrima rodó por mi mejilla y no pude evitar dejar salir una mueca de tristeza.

Mis padres y mi hermano; desaparecidos. Idos junto con unos pasos livianos inadjudiclabes a un humano.

Abrí los ojos llena de ira, movilizada por una fuerza que no sabía que poseía a tan temprana edad.

Me destapé y cuando me quise dar cuenta, a mi lado, al costado de la cama, había dos enanos.

Eran enanos de la misma altura, sólo un poco más bajos que yo.

Sus ojos blancos destilaban dentro de las sombras de sus ojeras. Y me miraban.

Hoy, diría que entre sorprendidos e idos.

Fue tal mi terror, que la ira se fue corriendo y quedé congelada frente a ellos, a menos de veinte centímetros.


No me atrevía a hablar.


Las esferas vidriosas que tenían como ojos, se movieron hacia el otro. Y rieron.


Me asusté con la carcajada. Tan repentina y tan grave.


"Así que... ¡por fin nos descubrieron!"

"Y bueno, todo trabajo tiene su lado malo, no siempre se puede ser discreto"


Se rieron una vez más y me miraron con una amplia sonrisa.


"¿Cómo puede ser que una niña tan pequeña nos haya engañado tan fácilmente?"

"¡Pequeña! Nos saca una cabeza en altura, yo que tu no la provoco a que se enfade"

No supe si sería correcto, pero sonreí y ellos conmigo.

"¿Te gustaría saber un secreto?"

Asentí tímidamente con la cabeza, tratando de ser respetuosa.

"Puedes hablar, no te mataremos si nos diriges la palabra. Además, seguramente hablarás mejor que nosotros porque vas a la escuela, ¿o no?"

"Bueno... sí. Pero ustedes hablan bien"

El otro enano, sacó la mano de su frondosa barba y codeó al otro, enseñándole un reloj de bolsillo.

El enano se sobresaltó y me volvió a preguntar si quería saber un secreto, presuroso esta vez.


En mi cabeza, flotaron la típicas frases: "Nunca hables con extraños", "Ignora a los desconocidos", "Seguí caminando y no mires"

Pero algo, en esos dos individuos, me dio confianza.

El enano extendió su mano y al instante que la tomé, sentí cómo viajaba como en una montaña rusa, pero fue sólo un segundo.


Cuando me di cuenta, estabamos en una especie de castillo.

Las piedras eran de un azúl profundo y parecían iluminadas por la Luna nada más.


Estabamos en una escalera, mirando hacia abajo.

Era una escalera caracól, con antorchas en la pared. Los dos enanos, adelante mío, sonrieron y me dijeron que bajemos.

Bajé con ellos. En ese momento pensé "Ya está. Si son buenos, lo son. Si son malos y me quieren matar... ya está."


Llegamos a una puerta gigante. Tan pero tan grande que parecía la entrada del castillo.

Entramos, y dentro, habían puertas exactamente iguales. Gigantes e imponentes, de madera, piedra y musgosas placas con números.

"Todos aquí somos iguales. Nadie es direfente al otro. Los mortales, son y serán iguales, no importa el nivel adquisitivo ni el poder espiritual que crean tener. No hay un ser superior."

"Y nunca lo hubo ni habrá. Sólo existe el orden de las cosas. Todo tiene un principio y un final. El dueño de tu vida eres tu mismo. Todo es subjetivo. No hay bien ni mal."

Los miré, sorprendida y aturdida. ¿Qué son esas palabras?. ¿Mamá, qué significa subjetivo?

Más tarde lo supe. Qué tan sabias fueron esas palabras.


Todas las puertas tenían números. Algunas, estaban selladas. Tenían, en un material rojo, un sello que ahora ya no recuerdo.

Más tarde, me di cuenta de que era sera de vela roja, con un sello como los que los reyes usaban para cerrar una carta.

Pregunté por qué algunas tenían ese sello rojo, si todos eramos iguales.

Y me respondieron, que aquellos sellados eran los que dormían para siempre. Lo señalaban, para que nadie entre ni saque nada de ahí dentro.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Llegamos a una puerta, que a pesar de ser igual a las demás, no tenía tantas telas de araña ni musgo.

En la placa se leía "1323". Paramos frente a ella y los enanos sonrieron.

Con aire teatral, y como si estuvieran emocionados por lo que estaban a punto de hacer, se miraron entre risas y dijeron a coro: "Somos Ghilgohr y Thefradyl, dueños de los sueños" y abrieron la puerta con rapidez de par en par.

Lo que había ahí dentro, me sorprendió tanto que no pensé que fuera real.

Miles. Miles y miles de camas.

En filas y con luces prendidas a los costados.

En las camas (y cunas) dormían nada más y nada menos que mis yo.

Una sala infinita, llena de antorchas iluminando las cunas y camas ocupadas por mi.

Yo recién nacida, multiplicada.

De bebé. Un año, dos años, tres, cuatro... ¡¿Qué es esto?!

Un enano se acercó, con aire orgulloso y dijo: "Esta, como ya te habrás dado cuenta, eres tú. Durmiendo. Todas las noches, por todo el mundo, nos metemos en las casas de los durmientes y retiramos sus cuerpos desgastados y cansados y los reemplazamos por un recuperado y nuevo individuo, un poco más viejo y más sabio."

"Somos los que retiramos lo viejo y dejamos venir lo nuevo. No siempre es un buen trabajo, porque sabemos la cantidad de respuestos de humanos que tenemos. Puede que, la noche de un individuo sea la última. Somos los primeros en saber cuánto te queda de vida. Y es doloroso a veces saber, que ese humano que conoces desde la cuna, hoy morirá."

Miré hacia abajo con la mirada perdida.

Quise preguntarles por mi... por todos. Pero algo me detuvo. No sentí que fuera correcto.


Los dos caminaron enfrete mio y se detuvieron. Me miraron con una cálida sonrisa y dijeron "Ese es el secreto. Eres libre de comentarlo. De escribirlo o dibujarlo. Incluso de publicarlo. Sabemos que nadie te creerá, salvo tú misma. Ese es nuestro regalo y es sólo para ti. Tú sola sabes la verdad y así será por siempre."

"Otro regalo, es el de saber tu hora".

Mi corazón dio un vuelco.

"No no no! No te lo diremos ahora. En tu lecho de muerte, te avisaremos y haremos que sea el sueño más plácido de todos."


Uno de ellos, extendió su mano y, con confianza la tomé.


Amanecía nublado y se oían truenos a lo lejos.

"No fue un sueño" me decía a mi misma.

Miré la mano que había extendido hacia el enano y había algo escrito en la palma.


"Sabemos que te gustan las tormentas. Disfrútala"



Esa semana, no dejó de llover.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuando iba a tercer grado, una maestra nos contó un cuento sobre un hombre que subía una escalera muy larga y se sentaba en una nube para ver a los humanos debajo.

En lugar de eso, vio incontables llamaradas reemplazandolos.

Algunas eran grandes, otras pequeñas. Algunas chisporroteaban y otras simplemente se movían para donde el viento quería.


No recuerdo bien còmo seguìa el cuento... lo que si recuerdo es que, cuando terminò la clase y todos ya nos estabamos yendo al recreo, le preguntè a mi maestra si sabrìa què clase de llamarada era yo.


Me dedicò una sonrisa, creo que le habrà sorprendido que sea la ùnica que le haya preguntado algo sin salir corriendo al patio.

Y me dijo que eso, es algo que nadie en el planeta, menos yo, lo sabrìa. No ahora, ni en dos o tres años.

Algùn dìa mirarìa para atràs y sabrìa còmo seguir adelante.


Recordè eso hoy en el 161, volviendo para casa a la madrugada. Y la verdad, es que me dieron muchas ganas de escribir sobre esto.


Tenìa cierto rechazo instantàneo hacia las llamaradas pequeñas y las que se dejaban llevar por el viento.

¿Por què te dejarìas llevar por el viento si tenès la fuerza suficiente como para ir en contra de èl?

¿Y por què ocultarìas lo que sos ante algo màs fuerte? No se trata de salir a enfrentar la vida como un boxeador y golpear a cada uno que se atreva a meterse con vos.

Sòlo digo que existe un equilibrio.

Me di cuenta de que soy una persona impulsiva y violenta cuando me enojo o cuando algo realmente no me parece correcto.

Siento que alguien enciende un interruptor en mi pecho y, emerge una fuerza màs poderosa que mi diplomacia que me obliga a decir lo que siento y no lo que pienso.

Està bien comunicar y dar un punto de vista. Està bien defenderse si te atacan. Y tambièn està perfecto sentir ese poder del que hablo. Ese poder no sòlo moviliza a uno, podrìa movilizar a miles.

Pero no es correcto recurrir a la verborragia y la violencia fìsica cada vez que se presenta un problema.

Mi familia y yo somos muy apasionados. Todo lo que empezamos con ganas, lo terminamos con màs.

Si se presenta un problema, lo enfrentamos, y si nos hace caer, nos levantamos con màs ganas de seguir luchando.

No somos robots. Cuando alguien cae, obviamente se siente mal, derrotado y sin fuerza. Pero para eso estamos los demàs.

De mi boca, jamàs van a dejar de salir palabras de aliento y nunca voy a negar un abrazo de corazòn.


Mi honestidad es una espada de doble filo. Siempre digo lo que pienso con muy poco filtro y puede tanto ayudar al otro, como ofenderlo. Pero es un arma de la cual nunca quiero carecer.

Puede que estè equivocada y, aunque sea terca y aplique severos controles a la correcciòn que se me haga, reconozco cuando debo quitar mi mirada punzante y dar la razòn. Aunque me duela.


La vida es un tira y afloja. Y aunque soy una persona que preferirìa siempre luchar, se que en otros casos hay que agachar la cabeza.

O màs dificil: dar media vuelta y seguir hacia adelante.



No entiendo a las personas que caen y, arrastràndose, buscan otro camino u otra forma.

¿Por què? ¿Por què buscarìas otra forma, u otro camino para llegar a lo que querès?

¿Por què abandonarìas un sueño?

¿Por què tenès que callarte la boca cuando te dicen que lo hagas?

¡Y peor aùn! ¿Por què deberìas callarte cuando absolutamente nadie te lo impide?

Las respuestas màs comunes son estùpidas y cobardes.

Y si hay algo que odio es la cobardìa.


No digo que no tenga miedo. El corage no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de enfrentarlo.


Y no sòlo cuando te da miedo ir al baño a la noche, o salir del living en el cual estàs mirando una pelìcula de terror para ir a buscar algo a la cocina con las luces apagadas.


Yo soy una persona que superò muchisimos miedos.

Pero algunos vuelven de vez en cuando como mi pànico en la oscuridad.

Sin embargo la remonto como puedo y cada vez que supero un momento de terror, sigo adelante.


Cuando tengo miedo de còmo podrìa reaccionar alguien ante mi sinceridad, esbozo una sonrisa, esa persona me mira y me preguntà què me pasa.

Es algo que hago a propòsito. Es el empujòn definitivo para decir lo que pienso.

Porque sòlo hay una oportunidad en la vida para decir las cosas. Si no lo decìs ahora, no lo vas a decir jamàs.


Y probablemente te arrepientas o te castigues pensando en lo bueno que serìa ahora si te lo hubieras sacado del pecho.



Otro cuento, que me lo contaron en catequèsis (y que fue la ùnica enseñanza que me dejaron) era el de las cruces.

Èrase una vez un hombre desgraciado que se quejaba de sus problemas, de su vida, de sus relaciones y de todos los errores cometidos; entonces, con todas sus fuerzas gritò a los cuatro vientos "¡¿Por què a mi Señor?! ¡¿Por què a mi?!".

Entonces Jesùs descendiò de los Cielos y saludò al hombre, que lloraba desconsolado.
Lo ayudò a levantarse y lo acompañò fuera de su casa.

Afuera, habìan muchas personas, las de siempre, pero encima de sus espaldas llevaban cruces.

Asì como jesùs cargò la suya hasta el Monte de Gòlgota, todos cargaban la suya.

Algunas grandes y pesadas, otras no necesariamente por grandes eran pesadas. Otras pequeñas, de metal, de madera, algunas incluso incrustadas de diamantes.


Al ver esto, el hombre le preguntò a Jesus què querìa decirle.


Y èl le respondiò que cada uno lleva su cruz personal. Algunas son màs pesadas, algunas màs livianas, pero todos debemos llevarla hasta el momento en que descansemos en paz; y, pese lo que pese, hay que aguantarla, tal y como el lo hizo tiempo atràs.


Por eso, cuando uno piensa lo dificil que es vivir su vida... no digo que te compares con los demàs, solamente que valores lo que tenès y que con esa fuerza, sigas para adelante.


Nunca seas conformista. Y menos con la derrota.


Siempre hay que luchar por lo que uno cree; ya sea con las palabras o con los puños.


Hay que tener corage para superar nuestros obstàculos.



Y por sobre todas las cosas, valorar la vida. Dormir para evitar malos momentos o el mismisimo hecho de querer morir, es de cobardes y digno de aquellos que se rinden a pesar de todo lo bueno que les espera.



No hay mal que por bien no venga.

lunes, 15 de agosto de 2011

Thalai

Nacida y criada, no por mucho tiempo, en un pequeño clan en las montañas, Thalai fue secuestrada por gigantes, junto con varios hijos Goliaths.

Los años transcurridos a merced de los gigantes, la endurecieron a pesar de ser la menor de los secuestrados y la que menos posibilidades tenía de sobrevivir.
Cinco de sus hermanos perecieron ante las condiciones brutales, pero ella logró hacerse camino de alguna manera u otra.
Los gigantes los "entrenaban" mandándolos a pueblos de humanos para masacrarlos, saquear y destruir todo a su paso.
Con el tiempo y las batallas, Thalai se convirtió en una guerrera formidable.


Una noche, después de una sangrienta lucha, Thalai y dos de sus hermanos sobrevivientes, asesinaron a sangre fría a sus captores, logrando poder caminar, después de tanto tiempo, libres.

Sus dos hermanos deciden volver al clan, mientras Thalai opta continuar sola.
La vida en familia fue algo que olvidó hace mucho.


Thalai es muy reservada y arisca con los desconocidos.
La caracteriza su brutalidad en el campo de batalla, además de la reputación de mutilar a sus oponentes caidos.

Ante toda ocasión, prefiere guardar silencio y analizar, porque sabe que no todas las situaciones precisan de la intervención de un arma, a pesar de su naturaleza sanguinaria y su limitada comprensión de lo que la rodea.

A pesar de todo lo que se ve, lo que la impulsa no es la maldad, sino el miedo.
Y quizás su mayor debilidad, sea su enternecido corazón.
Pero eso no es algo que ella deje ver tan fácilmente.