domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuando iba a tercer grado, una maestra nos contó un cuento sobre un hombre que subía una escalera muy larga y se sentaba en una nube para ver a los humanos debajo.

En lugar de eso, vio incontables llamaradas reemplazandolos.

Algunas eran grandes, otras pequeñas. Algunas chisporroteaban y otras simplemente se movían para donde el viento quería.


No recuerdo bien còmo seguìa el cuento... lo que si recuerdo es que, cuando terminò la clase y todos ya nos estabamos yendo al recreo, le preguntè a mi maestra si sabrìa què clase de llamarada era yo.


Me dedicò una sonrisa, creo que le habrà sorprendido que sea la ùnica que le haya preguntado algo sin salir corriendo al patio.

Y me dijo que eso, es algo que nadie en el planeta, menos yo, lo sabrìa. No ahora, ni en dos o tres años.

Algùn dìa mirarìa para atràs y sabrìa còmo seguir adelante.


Recordè eso hoy en el 161, volviendo para casa a la madrugada. Y la verdad, es que me dieron muchas ganas de escribir sobre esto.


Tenìa cierto rechazo instantàneo hacia las llamaradas pequeñas y las que se dejaban llevar por el viento.

¿Por què te dejarìas llevar por el viento si tenès la fuerza suficiente como para ir en contra de èl?

¿Y por què ocultarìas lo que sos ante algo màs fuerte? No se trata de salir a enfrentar la vida como un boxeador y golpear a cada uno que se atreva a meterse con vos.

Sòlo digo que existe un equilibrio.

Me di cuenta de que soy una persona impulsiva y violenta cuando me enojo o cuando algo realmente no me parece correcto.

Siento que alguien enciende un interruptor en mi pecho y, emerge una fuerza màs poderosa que mi diplomacia que me obliga a decir lo que siento y no lo que pienso.

Està bien comunicar y dar un punto de vista. Està bien defenderse si te atacan. Y tambièn està perfecto sentir ese poder del que hablo. Ese poder no sòlo moviliza a uno, podrìa movilizar a miles.

Pero no es correcto recurrir a la verborragia y la violencia fìsica cada vez que se presenta un problema.

Mi familia y yo somos muy apasionados. Todo lo que empezamos con ganas, lo terminamos con màs.

Si se presenta un problema, lo enfrentamos, y si nos hace caer, nos levantamos con màs ganas de seguir luchando.

No somos robots. Cuando alguien cae, obviamente se siente mal, derrotado y sin fuerza. Pero para eso estamos los demàs.

De mi boca, jamàs van a dejar de salir palabras de aliento y nunca voy a negar un abrazo de corazòn.


Mi honestidad es una espada de doble filo. Siempre digo lo que pienso con muy poco filtro y puede tanto ayudar al otro, como ofenderlo. Pero es un arma de la cual nunca quiero carecer.

Puede que estè equivocada y, aunque sea terca y aplique severos controles a la correcciòn que se me haga, reconozco cuando debo quitar mi mirada punzante y dar la razòn. Aunque me duela.


La vida es un tira y afloja. Y aunque soy una persona que preferirìa siempre luchar, se que en otros casos hay que agachar la cabeza.

O màs dificil: dar media vuelta y seguir hacia adelante.



No entiendo a las personas que caen y, arrastràndose, buscan otro camino u otra forma.

¿Por què? ¿Por què buscarìas otra forma, u otro camino para llegar a lo que querès?

¿Por què abandonarìas un sueño?

¿Por què tenès que callarte la boca cuando te dicen que lo hagas?

¡Y peor aùn! ¿Por què deberìas callarte cuando absolutamente nadie te lo impide?

Las respuestas màs comunes son estùpidas y cobardes.

Y si hay algo que odio es la cobardìa.


No digo que no tenga miedo. El corage no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de enfrentarlo.


Y no sòlo cuando te da miedo ir al baño a la noche, o salir del living en el cual estàs mirando una pelìcula de terror para ir a buscar algo a la cocina con las luces apagadas.


Yo soy una persona que superò muchisimos miedos.

Pero algunos vuelven de vez en cuando como mi pànico en la oscuridad.

Sin embargo la remonto como puedo y cada vez que supero un momento de terror, sigo adelante.


Cuando tengo miedo de còmo podrìa reaccionar alguien ante mi sinceridad, esbozo una sonrisa, esa persona me mira y me preguntà què me pasa.

Es algo que hago a propòsito. Es el empujòn definitivo para decir lo que pienso.

Porque sòlo hay una oportunidad en la vida para decir las cosas. Si no lo decìs ahora, no lo vas a decir jamàs.


Y probablemente te arrepientas o te castigues pensando en lo bueno que serìa ahora si te lo hubieras sacado del pecho.



Otro cuento, que me lo contaron en catequèsis (y que fue la ùnica enseñanza que me dejaron) era el de las cruces.

Èrase una vez un hombre desgraciado que se quejaba de sus problemas, de su vida, de sus relaciones y de todos los errores cometidos; entonces, con todas sus fuerzas gritò a los cuatro vientos "¡¿Por què a mi Señor?! ¡¿Por què a mi?!".

Entonces Jesùs descendiò de los Cielos y saludò al hombre, que lloraba desconsolado.
Lo ayudò a levantarse y lo acompañò fuera de su casa.

Afuera, habìan muchas personas, las de siempre, pero encima de sus espaldas llevaban cruces.

Asì como jesùs cargò la suya hasta el Monte de Gòlgota, todos cargaban la suya.

Algunas grandes y pesadas, otras no necesariamente por grandes eran pesadas. Otras pequeñas, de metal, de madera, algunas incluso incrustadas de diamantes.


Al ver esto, el hombre le preguntò a Jesus què querìa decirle.


Y èl le respondiò que cada uno lleva su cruz personal. Algunas son màs pesadas, algunas màs livianas, pero todos debemos llevarla hasta el momento en que descansemos en paz; y, pese lo que pese, hay que aguantarla, tal y como el lo hizo tiempo atràs.


Por eso, cuando uno piensa lo dificil que es vivir su vida... no digo que te compares con los demàs, solamente que valores lo que tenès y que con esa fuerza, sigas para adelante.


Nunca seas conformista. Y menos con la derrota.


Siempre hay que luchar por lo que uno cree; ya sea con las palabras o con los puños.


Hay que tener corage para superar nuestros obstàculos.



Y por sobre todas las cosas, valorar la vida. Dormir para evitar malos momentos o el mismisimo hecho de querer morir, es de cobardes y digno de aquellos que se rinden a pesar de todo lo bueno que les espera.



No hay mal que por bien no venga.