domingo, 4 de marzo de 2012

¿Alguna vez te despertaste de un sueño reparador y dijiste: "¡Me siento como nuevo!" o almenos lo pensaste o lo sentiste?

Si es así, dejame que te explique mejor.

De chica me encontraba muchas veces en esa situación, fue entonces cuando pensé "¿Y si... en realidad sí soy nueva?"

Una nueva yo. Sustituída mientras soñaba. Por una nueva yo; más grande (aunque poco) y totalmente renovada.

Pasé horas y horas de ese día, sentada en el patio sin hacer ruido.

Pensando. Tratando de darme cuenta qué pasaba.

Cuando por fin pude figurarme, más o menos, lo que estaba pasando.

Me di cuenta de que la conclusión a la que había llegado, era como menos, aterradora.

Esa noche, cuando mis padres estaban ya dormidos hace horas y mi hermano después, decidí poner a prueba mi plan.

Cerré los ojos y me puse a escuchar.

Tardaron, pero yo sabía que vendrían.


A una hora que mi infancia sólo pudo identificar como "muy tarde" oí pasos.

Acelerados y livianos.

En mi terror, me congelé.

Y, para mi suerte, o desgracia, los pasos se acercaban a mi habitación.

Mi hermano, durmiendo al lado, desprendía de sus pulmoncitos un ronquido bebé, que se alejó junto con los pasos.

Mi terror era sobrehumano pero no podía abrir los ojos. No podía hacer que se den cuenta.

Igual de rápidamente, me di cuenta que también se estaban llevando a mis padres en la otra habitación.

De repente, silencio.


Pensé que era huérfana y que estaría sola de por vida.

Una lágrima rodó por mi mejilla y no pude evitar dejar salir una mueca de tristeza.

Mis padres y mi hermano; desaparecidos. Idos junto con unos pasos livianos inadjudiclabes a un humano.

Abrí los ojos llena de ira, movilizada por una fuerza que no sabía que poseía a tan temprana edad.

Me destapé y cuando me quise dar cuenta, a mi lado, al costado de la cama, había dos enanos.

Eran enanos de la misma altura, sólo un poco más bajos que yo.

Sus ojos blancos destilaban dentro de las sombras de sus ojeras. Y me miraban.

Hoy, diría que entre sorprendidos e idos.

Fue tal mi terror, que la ira se fue corriendo y quedé congelada frente a ellos, a menos de veinte centímetros.


No me atrevía a hablar.


Las esferas vidriosas que tenían como ojos, se movieron hacia el otro. Y rieron.


Me asusté con la carcajada. Tan repentina y tan grave.


"Así que... ¡por fin nos descubrieron!"

"Y bueno, todo trabajo tiene su lado malo, no siempre se puede ser discreto"


Se rieron una vez más y me miraron con una amplia sonrisa.


"¿Cómo puede ser que una niña tan pequeña nos haya engañado tan fácilmente?"

"¡Pequeña! Nos saca una cabeza en altura, yo que tu no la provoco a que se enfade"

No supe si sería correcto, pero sonreí y ellos conmigo.

"¿Te gustaría saber un secreto?"

Asentí tímidamente con la cabeza, tratando de ser respetuosa.

"Puedes hablar, no te mataremos si nos diriges la palabra. Además, seguramente hablarás mejor que nosotros porque vas a la escuela, ¿o no?"

"Bueno... sí. Pero ustedes hablan bien"

El otro enano, sacó la mano de su frondosa barba y codeó al otro, enseñándole un reloj de bolsillo.

El enano se sobresaltó y me volvió a preguntar si quería saber un secreto, presuroso esta vez.


En mi cabeza, flotaron la típicas frases: "Nunca hables con extraños", "Ignora a los desconocidos", "Seguí caminando y no mires"

Pero algo, en esos dos individuos, me dio confianza.

El enano extendió su mano y al instante que la tomé, sentí cómo viajaba como en una montaña rusa, pero fue sólo un segundo.


Cuando me di cuenta, estabamos en una especie de castillo.

Las piedras eran de un azúl profundo y parecían iluminadas por la Luna nada más.


Estabamos en una escalera, mirando hacia abajo.

Era una escalera caracól, con antorchas en la pared. Los dos enanos, adelante mío, sonrieron y me dijeron que bajemos.

Bajé con ellos. En ese momento pensé "Ya está. Si son buenos, lo son. Si son malos y me quieren matar... ya está."


Llegamos a una puerta gigante. Tan pero tan grande que parecía la entrada del castillo.

Entramos, y dentro, habían puertas exactamente iguales. Gigantes e imponentes, de madera, piedra y musgosas placas con números.

"Todos aquí somos iguales. Nadie es direfente al otro. Los mortales, son y serán iguales, no importa el nivel adquisitivo ni el poder espiritual que crean tener. No hay un ser superior."

"Y nunca lo hubo ni habrá. Sólo existe el orden de las cosas. Todo tiene un principio y un final. El dueño de tu vida eres tu mismo. Todo es subjetivo. No hay bien ni mal."

Los miré, sorprendida y aturdida. ¿Qué son esas palabras?. ¿Mamá, qué significa subjetivo?

Más tarde lo supe. Qué tan sabias fueron esas palabras.


Todas las puertas tenían números. Algunas, estaban selladas. Tenían, en un material rojo, un sello que ahora ya no recuerdo.

Más tarde, me di cuenta de que era sera de vela roja, con un sello como los que los reyes usaban para cerrar una carta.

Pregunté por qué algunas tenían ese sello rojo, si todos eramos iguales.

Y me respondieron, que aquellos sellados eran los que dormían para siempre. Lo señalaban, para que nadie entre ni saque nada de ahí dentro.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Llegamos a una puerta, que a pesar de ser igual a las demás, no tenía tantas telas de araña ni musgo.

En la placa se leía "1323". Paramos frente a ella y los enanos sonrieron.

Con aire teatral, y como si estuvieran emocionados por lo que estaban a punto de hacer, se miraron entre risas y dijeron a coro: "Somos Ghilgohr y Thefradyl, dueños de los sueños" y abrieron la puerta con rapidez de par en par.

Lo que había ahí dentro, me sorprendió tanto que no pensé que fuera real.

Miles. Miles y miles de camas.

En filas y con luces prendidas a los costados.

En las camas (y cunas) dormían nada más y nada menos que mis yo.

Una sala infinita, llena de antorchas iluminando las cunas y camas ocupadas por mi.

Yo recién nacida, multiplicada.

De bebé. Un año, dos años, tres, cuatro... ¡¿Qué es esto?!

Un enano se acercó, con aire orgulloso y dijo: "Esta, como ya te habrás dado cuenta, eres tú. Durmiendo. Todas las noches, por todo el mundo, nos metemos en las casas de los durmientes y retiramos sus cuerpos desgastados y cansados y los reemplazamos por un recuperado y nuevo individuo, un poco más viejo y más sabio."

"Somos los que retiramos lo viejo y dejamos venir lo nuevo. No siempre es un buen trabajo, porque sabemos la cantidad de respuestos de humanos que tenemos. Puede que, la noche de un individuo sea la última. Somos los primeros en saber cuánto te queda de vida. Y es doloroso a veces saber, que ese humano que conoces desde la cuna, hoy morirá."

Miré hacia abajo con la mirada perdida.

Quise preguntarles por mi... por todos. Pero algo me detuvo. No sentí que fuera correcto.


Los dos caminaron enfrete mio y se detuvieron. Me miraron con una cálida sonrisa y dijeron "Ese es el secreto. Eres libre de comentarlo. De escribirlo o dibujarlo. Incluso de publicarlo. Sabemos que nadie te creerá, salvo tú misma. Ese es nuestro regalo y es sólo para ti. Tú sola sabes la verdad y así será por siempre."

"Otro regalo, es el de saber tu hora".

Mi corazón dio un vuelco.

"No no no! No te lo diremos ahora. En tu lecho de muerte, te avisaremos y haremos que sea el sueño más plácido de todos."


Uno de ellos, extendió su mano y, con confianza la tomé.


Amanecía nublado y se oían truenos a lo lejos.

"No fue un sueño" me decía a mi misma.

Miré la mano que había extendido hacia el enano y había algo escrito en la palma.


"Sabemos que te gustan las tormentas. Disfrútala"



Esa semana, no dejó de llover.