martes, 9 de agosto de 2011

Entonces, ahí estaba yo.


Liberada. En medio de la nada y con una misión que no sabía cuál era, pero un instinto desconocido me impulsaba a cumplirla.


Traté de recordar, pero no había nada.


Yo sabía que estaba viva, pero no sabía por qué.



Caminé y caminé por ese desierto. No tenía calor pero sabía que debía fingirlo.



Me detuve en un punto, igual al resto del desierto, pero yo sabía que no era igual.


Apoyé mis manos en el suelo árido y sentí cómo, desde abajo, surgía un titán.


Rasgué mis ropas. Me embadurné en tierra y di tres pasos hacia atrás.


Frente a mi, una mole grisácea se erguía desde la tierra, clavando sus luminosos ojos en los míos.


Con un ademán, fue mío.


Di media vuelta; miré al horizonte. Ahí había algo. Ahí había gente.


Civiles.



Era mi deber vislumbrar su lado del juego.



Eran de los míos, o no. Vivían, o morían.



Eché a correr en dirección hacia la base a kilómetros de distancia. Cara de poker. Ni una gota de sudor.


El titán me seguía.


Nuestro objetivo era el de fingir una persecución.



Doce kilómetros, corriendo como demente bajo un Sol despiadado, con un golem pisándome los talones.




No debí esmerarme tanto. Ilusos civiles.




Los últimos tres kilómetros los corrí gritando y pidiéndo ayuda. No es dificil que un civil crea que una está en peligro.



Y menos cuando se es jóven y aparenta menos de lo que tiene.





Tres civiles salieron de su guarida con armas en mano y me gritaron que me detenga.


Con sus fútiles armas, le dispararon al titán que, obviamente, sabía que debía fingir, y cayó al suelo con un gruñido adolorido.




Los tres se acercaron y me examinaron con cuidado. Se notaba en sus miradas la desconfianza, pero las pocas ganas de dejar a una joven sola en este lugar.
No tanto por lo que podría ser de mi. Sino algo más egoísta.

En sus caras, podía ver la escasés. Y una desesperación imposible de esconder.

No hay mujeres en esa guarida, eso ya está asumido.




El líder, sacó un scanner de antebrazo, y con brusquedad tomó mi brazo izquierdo.
No perdí la oportunidad de que escuchen un pequeño quejido asustado.


El scanner dio positivo. No soy una espía.



Ilusos.

Escondidos en sus cuevas de topo, no se dan cuenta de que la tecnología avanza y que nuestros antebrazos ya no sucumben ante los scanners de ningún tipo.

Somos superiores, ya no hay forma de identificarnos.


El líder movió su cabeza en dirección a la guarida. Los otros dos, uno de cada brazo, me llevaron custodiada.



Fue un buen comienzo.