No la salves, no la mires. Ignorala y déjala que muera, tarde o temprano sus gritos de dolor desaparecerán de tu cabeza.
No importa qué sientas. No importa si ya no sientes.
Que vuelva de dónde salió, de ese pantano oscuro.
Ese pantano en el que casi te ahoga.
No me escuches si no quieres, no estás obligado.
Sus aguas casi ahogan tu fuego, Brand. Pero estuviste bien en dejarla hundirse.
Concéntrate en el presente pues es tu único apoyo. Camina hacia la estrella dorada y cuidala cuanto puedas, porque si una sola brisa la tocara ahora, podría apagarse y estarías a oscuras.
Vagabundeando en la oscuridad hasta que te topes con el pantano otra vez y en tu ceguera te hundas casi sin querer en sus aguas. Y ya no habría vuelta atrás.
Una vez que te acostumbras a la brisa de sus orillas, las caricias de sus algas, la frescura de su tacto y la suavidad de sus sonidos, difícil te será volverte hacia la penumbra plena y aventurarte a encontrar algo mejor que eso.
Pues estarías cómodo y seguro.
De que nunca estarás solo y que hay alguien que te escucha sin interrumpir; alguien que cuando necesites un soporte, estará allí esperándote para no sólo abrazarte, sino decirte que te comprende y que siempre puedes contar con que estará.
A pesar de sentirse hecha a un lado.
A pesar de no tenér comparación con tu estrella.
A pesar de no valer para tí, lo que tú vales para ella.
Aunque ella tampoco sepa de qué forma vales.