sábado, 26 de febrero de 2011
Era tarde en la noche, casi al borde del fin.
El silencio de la noche era adornado por el tierno arrullo de los grillos bajo mi ventana obligándome a bostezar de vez en cuando.
En mi concentración, logré distinguir un sonido que desentonaba con la balada de fondo.
Unos ruidos extraños provenientes de la cómoda. Constantes y penetrantes.
Pensé que podría llegar a ser mi imaginación, pero al notar que su presencia no desaparecía al cabo de unos minutos, supe que era ajeno a mi psicosis.
En mi ingenuidad, pensé que podría llegar a ser una rata... pero luego recapacité en la profundidad y duración de los sonidos: se oían leves pero constantes y no parecían sonar al raspado de una garra contra la madera y algo que me heló la piel, fue notar que eran livianos. En ese momento, pensé lo peor y decidí tomar valor para confirmar mi miedo.
Miré detenidamente la lustrosa superficie del mueble.
Para mi falsa sorpresa, descubrí con horror y asco, que se trataba de uno de los insectos más inútiles e impresionantes del reino animal:
Una cucaracha.
Gorda, oscura y torpe se movía entre los caros perfumes como una ironía de seis patas, escurriéndose febrilmente entre los frascos
En mi locura iracunda por osar irrumpir en mis tierras, tomé una ojota y empuñándola cuan cuchilla, le acesté una puñalada con la punta del calzado.
Un golpe certero y frío. Con presición milimétrica, casi quirúrgica.
Una ola de sensaciones satisfactorias corría por mis venas, llenándome de adrenalina y obligando a mi cerebro a mover mi brazo derecho violentamente en un intento fructífero de aplastar su desagradable cuerpo, frenético por la tortura del dolor.
En un abrir y cerrar de ojos, le arranqué su vida como el insecto que era.
"Felicitaciones, joven guerrera" una voz interior dijo con jolgorio, mientras desempuñaba la ojota mirando el cadáver inmóvil, al coro de los gemidos de asqueo de mis progenitores.
Mientras yo, sintiéndome vencedora y con la mirada aún anciosa por seguir con mi festín de azotes a un inocente, me encaminé a la cocina a buscar las mortajas para mi víctima.
Con tres servilletas de papel absorvente dobladas al medio, tomé el cuerpo inerte y con cierto aire funerario y casi de respeto, dejé yacer el cuerpo.
Miré lo que había hecho. Y sentí la presión en el pecho. Esa presión que te obliga a cantar victoria ante el enemigo derrotado.
Aunque en mi interior yo sabía que esta sería una de mis tantas batallas. Aún no puedo cantar victoria.
De regreso a mis aposentos, donde ahora escribo mis memorias de batalla, por mi mente cruzó una suerte de consuelo ante mi violenta matanza: "La liberaste de su eterna rutina".
Yo se que fue incorrecto. Se que será extrañada por sus seres queridos y llegarán a las puertas de mi reino clamando por venganza. Que cada tripa y fluído derramado por su compatriota y hermana caída, vale por cien de mis hombres... but that's how i roll, bitch.